lunes, junio 01, 2009

Salvador Zurita Mella: un creador delirante entre el viento

Era mayo de 1952, Jesús Salvador Zurita Mella no perdía el entusiasmo para trasmitir sus sueños a sus alumnos del liceo comercial. Las jovencitas estaban fascinadas con ese hombre de tan solo 29 años, alto, de pelo negro liso intenso, con una mirada que brillaba al hablar del Quijote y de las glorias de la poesía chilena de aquel entonces Pablo Neruda y la Gabriela Mistral. Pero un intenso dolor sobrecogía su estomago, que cada vez se hacia más y más intenso, la pierna como estrujada por una fuerza desconocida se trasformaba en un temor impreciso que el evadía siguiendo los contornos suaves del seno del Reloncavi que provocaban su lengua con metáforas de emoción.

La ausencia del padre


El recuerdo para Salvador Zurita estaba hecho por un vacío. Cuando nació el 2 de noviembre de 1922 en Puerto Montt en el seno de la familia compuesta por Juan Andrés Zurita Cea y Juana Mella Astete no vislumbraban que las tierras fronterizas de la provincia de Llanquihue iban a crear una sombra de silencio.

En junio de 1925 el jefe de destacamento del cuerpo de policías Juan Andrés Zurita Cea acompañado con uno de sus compañeros llego al sector de Yate realizando averiguaciones de un delito de abigeato logrando la detención de tres individuos. Al regresar a su destacamento en el río Blanco le sorprendió una fuerte corriente que lo derribo de la cabalgadura de su caballo llevándolo las aguas como una ofrenda que se perdería en la distancia para nunca más saber noticias de esa alma desafortunada.

Un manto de dolor se apodero de la familia Zurita Mella. La ausencia del ser querido marco al niño que comenzó a sentir que en el horizonte no había limites para una mirada con tendencia a perderse en la geografía.


La formación de un soñador


La pena no detuvo Salvador Zurita. Algo más había, que lo impulsaba a seguir luchando y buscar un paraíso que estaba entre sus ojos. Hace sus estudios primarios en la escuela Arriarán Barros, luego curso hasta tercer año de humanidades en el Liceo de Hombres ingresando a los cursos comerciales, anexos al liceo, donde obtuvo el titulo de contador general. Posteriormente viaja a Santiago para cursar estudios en el Instituto Pedagógico Técnico, donde se recibió como profesor de castellano, literatura y taquigrafía. Ejerciendo la docencia gratuitamente en las poblaciones obreras y en carabineros, institución que guardaba cariño por la persistente memoria del padre ausente.

Los libros fueron un hechizo del que no podía escapar. Explotando cada biblioteca o perdiéndose en Santiago por calle San Diego exprimía cada moneda en un clásico o en una iluminadora obra que despertara a su mente.

Su talento intuitivo lo llevo desde muy joven en Puerto Montt hacer avisos de propaganda para los cines y decorar las vitrinas comerciales de sus amigos. Pero el dibujo no era para él. Seducido por el poder de la palabra comenzó a explorar el campo de la poesía y el cuento breve, que fueron parte de la prestigiosas revistas el “Peneca” de orientación infantil y la “ Zig-Zag” ambas editada en Santiago .


Uno más entre los alumnos


Al regresar a Puerto Montt ejerció como docente en el Instituto Comercial. Entusiasmaba a sus alumnos para ser deportes y penetrar en el mundo de las letras. Los trataba como unos iguales. Sin autoritarismo, con amistad. En su casa de calle Huasco organizaba tertulias donde los artistas locales conversaban invitando a sus estudiantes. También participaba en la organización de las fiestas de su establecimiento y la formación de clubes deportivos de pin pon, básquetbol y de fútbol. Formo además el ateneo Vicente Perez Rosales que tenia como objetivo promover en la juventud la literatura, la pintura y el teatro.


Sueños con Puerto Montt


Salvador Zurita tenía claro sus sueños con Puerto Montt, una universidad en la Isla Tenglo o Pelluco era su obsesión, como el deseo de la unificación de la malla curricular de los institutos comerciales.

Siempre el deseo pide más. Su pueblo era una provocación a su palabra. Escribía en el Diario el Llanquihue donde uso el seudónimo “Chalo” para sus artículos deportivos y “Andres Cea” para temas generales.


La poesía como tentación del viajero


En 1948 aparece “ Rumores del austro” editado por editorial Reloncavi este trabajo que esta orbitando cerca del influjo de la obra del poeta Pablo Neruda se le puede definir como una búsqueda personal sobre el sentido de su territorio. El poder de los símbolos y la evocación de imágenes surrealistas crean en Salvador Zurita un camino para su provocación de viajero andante por una ciudad donde las calles se extienden en una inmensidad donde la humedad y el viento, penetran en la carne sensual para abrir las fantasías en las aguas que coquetean en el muelle de la inquietud.


Morir para ser obsesión


Los últimos días de Salvador Zurita fueron desgarradores. Una noche llego a su casa sobrecogido por el dolor. Sus familiares lo llevaron al hospital, de urgencia llamaron a dos médicos que en ese momento estaban en una fiesta en el club aleman, salieron raudos aún invadidos en su paladar con el sabor de las copas que tenían embriagado sus espíritu así operaron al enfermo. Después de 5 días el paciente fue dado de alta.

Salvador Zurita pensaba que la pesadilla había terminado. Trabajaba en una serie de proyecto que lo tenían lleno de ilusión; “vida y obra de Vicente Perez Rosales”, “fundación de Puerto Montt”, “ Reloncaví, historia de un golfo legendario”, “Veranito de San Juan” y “ Angelmo y la profesora”.

Todo llego a su fin un 10 de mayo de 1952 un ataque fulminante a las puertas de su casa acabo con su aliento. Así nacía la obsesión de sus alumnos y sus seres querido por preservar la memoria de aquel hombre que los lleno de ilusión. Para Puerto Montt y la literatura quedo su primer libro de poesía que trazo la identidad de nuestras letras locales ese sentido de viajeros permanentes, habitantes de una ciudad en transito, rodeado por una geografía alucinante.


Una muestra de su obra



Muelle de mi pueblo

( A. Hardy Wistuba)

Una calleja del puerto

se escapó para el océano,

y quiere atrapar la luna

con su brazo anquilosado.

En tardes cuando el sol

quema brasas en el mar,

van los mozos y las mozas

a decirse tantas cosas

al romántico balcón.

En las noches silenciosas,

el océano a su vera.

como un viejo rezongón,

dilatando tristezas

en un líquido acordeón.

Puente trunco del ensueño,

barco anclado de ilusión,

en los nocturnos llorosos

el aparejo del agua

con el viento a prisa ondea

bajo el negro manto austral.

Y cuando el nuboso cielo,

apaga su faro grande,

se aleja todo del Puerto:

¡…sólo mi alma marinera

con sus lejanas nostalgias,

junto al cordaje del agua,

te queda acompañado…!