lunes, diciembre 18, 2006

SEXO EN LA CIUDAD

La vida sexual en Puerto Montt esta marcada por el paso del tiempo de lo oculto hacia el ilimitado espacio virtual. Cuando se fundo esta ciudad en 1853, el peso de la religión cubría los ojos de sus habitantes, nada podía salirse del esquema de valores cristianos, la familia extensa era un templo y en el reinaba el hombre como proveedor del hogar. La pareja unida en matrimonio, siguiendo los intereses de su entorno social, van a procrear numeroso hijos y vivirán cerca de sus parientes para abastecerse de los recursos que permitan la subsistencia.

Pero siempre abra espacio para la hipocresía en el silencio. Arrancando de los rostros conocidos, muchos respetables ciudadanos despertaran sus pasiones en los prostíbulos que a comienzos del siglo XX estaban instalados ; al final de Guillermo Gallardo, en las calles Doctor Martín y Santa María, y otros de características más popular se concentraban en el barrio Cayenel (Antonio Varas), en las calles 21 de mayo, Lota , Juan José Mira y Portales. Los jóvenes perderán su virginidad en aquel lugar, mientras las enfermedades venéreas invadirán los cuerpos dejando su marca en los que decidieron experimentar con sus sentidos. La esposa por otro lado buscara en la fe la salvación de sus dolores, siendo un ser marginado en el espacio publico y en el terreno privado le quedara como único privilegio cuidar a los niños, dejando su placer dormido al servicio de su pareja, mientras su hija aprende los oficios de la casa.

A mediados de la década de 1960, la familia nuclear se consolida, lentamente el resto de la parentela se va diseminando, alejándose de la casa, para trasformarse cada vez más solo en un nombre en la distancia. La mujer empieza a liberarse, puede educarse y tener derecho a voto y dominar su fecundación por medio de los métodos de control de la natalidad . Los jóvenes se convierten en un actor social de relevancia, y empiezan a ver que el matrimonio no es el único camino, el encuentro con la carne se aleja de los compromisos sociales, para unirse al juego erótico, en el cual se expresan sentimientos que están invadidos en su lenguaje por la canción de moda de la radio o por la imagen de los ídolos de las películas norteamericanas y europeas que exhibe el cine “Rex”, donde el sexo es un producto que se vende ante los ojos de los inmóviles espectadores llenos de sueños.

Con el retorno de la democracia en 1990, nuestra ciudad comienza a entender que no hay vuelta atrás. No se puede reprimir el labio ardiente que se comunica por medio de Internet con su verdadera identidad o con una falsa confesando sus experiencia a los que vagan en el ciberespacio. El territorio privado se vuelve obsoleto con las nuevas tecnologías de la comunicación. Los homosexuales y lesbianas muestran su rostro, revindican su identidad construyendo su lugares de encuentro en la urbe, que los recibe con los sonidos violentos de la música que anuncia la fuerza de su discurso.

La soledad nos sigue asechando al entrar este siglo XXI. La familia nuclear lentamente se va desintegrando para dar paso a otras forma de organización social, en el cual los hijos están ausentes o hay un padre que los cuida, mientras la población en general va envejeciendo.
El comercio sexual en Puerto Montt va diversificando sus recursos para atraer cliente como buena mercancía en una sociedad de libre mercado. La pornografía esta disponible para todos en la red. El cuerpo perfecto, sensual, eternamente juvenil, se exhibe en la publicidad que ocupa cada calle céntrica. El sexo como producto esta a la venta. El fantasma del sida, la sífilis y la gonorrea, no importa, cuando nadie sabe prácticamente nada de la sexualidad y los peligros están al acecho para entrar en nuestro órganos. El sistema educativo esta lejos de las necesidades de esta época.
La piel se libera de sentimientos y la carne queda como un espacio para liberar tensión, escapar de una urbe donde los individuos parecen estar más ausentes. La carne se une a la carne, lo esporádico, la ausencia de profundidad es lo que importa. Así vamos avanzando en el tiempo por la ciudad, perdiéndonos en espacios irreales, mientras perdemos la costumbre de tocarnos nuestro cuerpo.