viernes, enero 19, 2007

VERANO EN PUERTO MONTT


Es interesante ver que cada verano tiene su propia identidad. El actual puede tener como música de fondo un sonido electrónico. La costanera es ocupada por los más jóvenes que dan vueltas solos o acompañados por sus amigos. Sus historias están invadidas por los códigos de la tecnología y penetrada por la cultura pop trasmitida por los medios de comunicación que es una continuidad de una vida partida en dos mitades; una real la pegada a este tiempo y la otra que se queda en el espacio virtual de Internet.

Los mall, reciben a los fieles del consumo. Es un espacio de entretención, de paso, para satisfacer el hambre, jugar, no pertenecer, si, alejarse de la monotonía, de la rutina laborar o de la vida diaria. Sentirse parte del no lugar, aquella copia que se repite a lo largo del mundo con los objetos para devorar y las imágenes del cine norteamericano , un espectáculo que atrapara al publico, inmóvil en un sueño diseñado.

Las calles en permanente construcción parecen un campo de trinchera. El centro de la ciudad está en permanente construcción, parece que no existiera el resto de la urbe. El polvo inunda los rostros, que pasan en los puentes de madera. El sol penetra sobre una debilitada capa de ozono. La piel se expone a sus rayos, que se muestra para seducir las miradas o se oculta cuando no hay nada que revelar. El temor triunfa sobre aquellos que temen a la multitud, es indiferente a los que pasan escribiendo su historia por la urbe buscando encontrar su espacio.

La municipalidad organiza actividades de entretención. Festivales folklóricos de música que olvidamos casi todo el año, cantantes reconocidos por la gente que los tiene en su banda sonora de su mente y actividades culturales para satisfacer a la sectas intelectuales.

Por otra parte en las poblaciones, los niños juegan donde se pueda, los trabajadores con sus distintos intereses se encierran en su territorio. No hay circo, más que el sonido del parlante de alguna iglesia que vende su fe, junto con los vendedores que ofrecen verdura fresca, huevos o quesos.

Vendrá marzo, las clases, el fin de las vacaciones para los que tuvieron y quedará la impresión de un instante, que fue una pausa de calor, lleno de significados.

Identidad y turismo

Lo propio, auténtico. ¿Cuál es la imagen que ofrecemos a los extraños?. Tengo mis dudas si Puerto Montt ha ideado una estrategia turística para el visitante. Más bien es una ciudad de paso. No hay historia, ni recuerdo, sólo objetos, comercio, venta de productos del mercado global.

¿Dónde están los sitios históricos?. No existe una placa que recuerde la masacre de Pampa Irigoin de 1969, en el sector alto de la urbe, hito en la historia contemporánea de nuestro país. No nos dicen nada, los nombres de la calles. La arquitectura no tiene una referencia de su estilo y particularidades para el visitante como la torre campanario del colegio San Francisco Javier, monumento histórico, que data desde 1894. Estamos caminando ciegos, sin ver las preciosas casas que mezclan elementos alemanes, chilotes o de las brillantes líneas en la construcción de un anónimo habitante de este sur.

No. Puerto Montt es un sueño. El viajero duerme. Ofrecemos la imitación en Angelmó. De la artesanía del norte grande, y las caricaturas de Chiloé, su gorro de lana y los personajes míticos, tan muertos por las teorías academicistas alejadas de la realidad del entorno geográfico que los creó.

La promoción debería decir “no ofrecemos nada nuevo, vendemos lo mismo que cualquier parte”.

Descanso. En el centro de la multitud no.
Creo que deberían las autoridades locales definir una política turística de la ciudad. En la cual se utilice el patrimonio cultural para dar valor a lo que somos. Esto pasa primero identificando los lugares relevantes de la urbe, por su valor histórico y arquitectónico, crear estrategias de seducción al visitante, que permitan desarrollar el interés en quedarse para que penetre todos los rincones de esta ciudad invadida por el viento austral, y ocupar el museo Juan Pablo II con una política que haga participe a la comunidad en la construcción de su identidad, con rescate de sus tradiciones orales y aquellas imágenes que dan sentido a su pasado.

A lo lejos están los turistas. En su burbuja. Los llamamos diciéndoles cosas tan conocidas, mientras buscan en su viaje autenticidad.