sábado, diciembre 10, 2011

El Ritual de un aliento



El aliento era un soplo vital que jugueteaba en las nubes que se deslizaban por los afilados entornos de la ciudad de Puerto Montt. 9 de diciembre del 2011, la noche se posa en mi piel quemada por  el sol seco de mediodía; caminando por paseo Talca, entre miradas que pasan vacías, sin dejar huellas en la memoria.

  En el Bar Baros Restobar  se hacían los ajustes necesarios para la fiesta. Pasada las 10 de la noche  el dj Johann luchaba con el equipo de sonido, los agudos devoraban la voz, las guitarras se perdían, ajustes más, ajustes menos, perillas, botones, se fue afinando después de mediahora el equipo para darle con los videos.

  A las 11 de la noche partía dándole con los primeros pasos. Uno sabia las reglas del juego en el local. Poco espacio y usar mucho ingenio en los movimientos. Más movimiento de manos, poco de pies y cantar cuando la canción lo amerite.

  Con más orden en el espacio, había más posibilidad de moverse, la poca luz a lo que era la pista, no invitaba al público tímido a pasar a bailar. Cerca de la una  los primeros se atrevieron a cruzar el límite entre la monotonía y el ritmo.

   Los relatos estaban alli en el todo, uno podía ir viendo esas minimundos con sus encrucijadas y dilemas.
    Una pareja con toques pop que después de un par de canciones comenzaban a desnudar sus demonios, sus roces, ese ruido, que produce al andar con el otro, ese misterio que uno nunca deja de descubrir.
  Otros que manteniendo su farsa se daban dos besos y miraban al lado entre tentaciones que se deslizaban, sabiendo que de ese mundo no había más.

   Era inevitable no pasarse películas con alguna amiga de labios de terciopelo a eso de las 3 de la mañana. Pero entre movimiento y movimiento uno seguía en su mismo punto, es que uno no puede escapar de su sombra, alimentarla con miedos y esas palabras que quedan en la garganta , formando el lenguaje de ardientes sueños que cubre el horizonte del universo de nunca jamás. 

 
Cerca de las 5 de la mañana, suena “All mine” de Portishead de 1997, era un cierre ideal para capturar los últimos suspiros de deseos que dejaba moribundos en la pista de baile, quedándome con mis secretos entre las calles que despertaban a un nuevo dia del que ya no pertenecería mi mirada dormida en la provocación.