sábado, febrero 25, 2012

Deseos y temblores del caminante en la pista





Pasadas las 11 de la noche estoy en Pilares Discoteque en Rancagua 177 pleno centro de Puerto Montt. La nueva fiesta  Rock n' Rolla Party se inicia con los primeros acordes esquemáticos, como diciendo quédense en la silla conversando. Las luces se prueban, los videos de relleno se eligen y se coordina todo lo que será este evento.

El verano se va y los deseos quedan en la pista con mis pasos cautivos por las melodías que va colocando Johann después de medianoche. Los secretos quedan en la lengua y nada más la mirada busca entre la gente que llega un espacio para asimilar una historia que sacuda la memoria de sus letargos.
Rostros conocidos se aparecen, los personajes, las caricaturas y los desdibujados seres de la noche salen a deambular por este local subterráneo, como una capsula que viaja en un tiempo indefinido.
Un alto. Morrisey en Viña del Mar. Un caballero ingles en el escenario de las masas. Todo correcto. Clásicos. Las canciones que todos saben. Un momento inolvidable para la masa. Un hito para la cultura popular. Otro espacio para devotos del ídolo que teje nuevas leyendas como la mujer del tatuaje con su nombre, sus andanzas por el territorio y sus dichos mitos que sembraran cuentos de madrugadas sin fin.
Volvimos con algo de Passion Pit  y su pasional “The Reeling”.
Algo de nostalgia envuelve todo. Quizás los labios de seda negados por la distancia signifiquen el abandono de una parte del cuerpo. Ese calor que se pega en la muralla , esa pura tentación que se mueve con una canción The Ramones y el inconfesable verso salvaje que espera arrastrarse en la locura, se silencio en lo justo, en el límite de eso posible, que llamamos conciencia.
Las lesbianas capturan sus momentos inolvidables, las parejas sacas recuerdos entre cada versos y los amigos sacan sus demonios entre copa y copa.
Sin embargo cuando todo termina. Mientras la lluvia de las 5 de la mañana moja mis zapatillas deja eso, ese soplo que nadie conocerá, salvo ese sueño, que la ciudad olvidara en un pestañeo de los clientes del mercado de las vanidades olvidadas.